Page 225 - Vienen cuando hace frio - Carlos Sisi
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exterior, esperando. Quizá, a su manera, señalaban
con dedos espectrales la cabaña, susurrando: «Está
ahí. Ahí está», como lo hubieran hecho los Nazgûl
de Mordor en la obra de Tolkien, los señores
oscuros que buscaban el Anillo Único.
Joe se estremeció.
Luego llegó el Maestro. Pete Herron, o lo que fuese
que ocupaba el cuerpo de Pete Herron. El único, sin
duda, con capacidad para transportar el corazón
gracias a su caparazón humano.
«Lo devoramos, Joe».
Entonces rompió a llorar. Se sentía casi tan
avergonzado como desvalido. El alcance de lo que
había hecho se escapaba de su capacidad de
comprensión. Todo había sido por su culpa; había
condenado a la humanidad, probablemente de una
manera tan atroz que ni siquiera encontraría piedad
en la muerte.
El tiempo siguió discurriendo y escapando por los
márgenes del día. El sol cultivaba ya sombras
alargadas en la planicie delante de la casa,
anunciando la llegada de la noche. Joe la enfrentó
sin miedo. Sabía demasiado bien que la oscuridad
vendría y se marcharía, al alba, sin que ocurriese
nada en absoluto; lo sabía porque aquellas cosas…
Ellos… tenían ya lo que querían.
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