Page 569 - El Jugador - Iain M. Banks
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indescriptible.  La  atmósfera  estaba  saturada  de  humo,

            cenizas y hollín, y el planeta se tambaleaba al borde de la


            catástrofe mientras las nubes de humo impedían el paso

            a los rayos del sol y la temperatura caía en picado. Las

            llamas seguían avanzando y se debilitaban hasta recobrar


            su intensidad habitual y la atmósfera se iba despejando

            poco  a  poco,  los  animales  volvían  a  reproducirse,  las

            plantas volvían a crecer y los viejos complejos de raíces


            hacían  que  los  diminutos  brotes  de  los  arbustos

            cenicientos se fueran abriendo paso por entre las cenizas.

                  Los  castillos  imperiales  de  Ecronedal  habían  sido

            construidos para sobrevivir a los calores más terribles y


            los peores vientos que fuese capaz de producir la extraña

            ecología  del  planeta,  y  la  mayor  de  aquellas  fortalezas

            provistas  de  increíbles  sistemas  de  riego  y  defensas

            contra el fuego, el Castillo Klaff, llevaba trescientos años


            sirviendo de marco a la última etapa de los juegos que, a

            ser  posible,  se  desarrollaba  coincidiendo  con  la

            Incandescencia.


                  La Flota Imperial llegó a Ecronedal a mediados de la

            Estación  del  Oxígeno.  El  navío  insignia  permaneció

            flotando  sobre  el  planeta  y  las  naves  de  guerra  que  lo


            escoltaban  se  dispersaron  por  los  confines  del  sistema.

            Las  naves  que  transportaban  a  los  pasajeros






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