Page 683 - El Jugador - Iain M. Banks
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lejano que iluminaba el confín oeste del cielo, allí donde
acababa de empezar la Incandescencia.
Gurgeh nadó hasta sentirse cansado. Se secó, volvió a
ponerse los pantalones, la camisa y la chaqueta delgada y
fue a dar un paseo por la muralla del castillo.
El cielo estaba cubierto de nubes y la noche era muy
oscura. Los enormes troncos de los arbustos cenicientos
llegaban más arriba que los baluartes exteriores y
ocultaban las luces lejanas de la Incandescencia. Los
guardias imperiales patrullaban la fortaleza
asegurándose de que nadie decidiera adelantar la llegada
de las llamas. Gurgeh tuvo que demostrarles que no
llevaba encima nada susceptible de producir una chispa
o crear un fuego antes de que le dejaran salir del castillo.
Los postigos ya estaban siendo comprobados y las
pruebas del sistema de rociado habían dejado charcos en
los patios y explanadas.
La vieja fortaleza estaba sumida en el silencio y el
extraño estado anímico mezcla de temor religioso y
expectación que la había invadido era tan tangible que
incluso Gurgeh se dio cuenta del cambio. El ruido de las
aeronaves que estaban sobrevolando la extensión de
bosque empapada por los rociadores con rumbo al
castillo le recordó que se suponía que todo el mundo
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