Page 148 - La Nave - Tomas Salvador
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como  si  su  garganta  no  fuera  humana.  Tres


            tentativas y tres inaguantables latidos de dolor le


            incapacitarían eternamente para repetir el gesto. Al


            comprender la enormidad de su reflexión, se echó a


            llorar. Inmediatamente sintió el calor de un cuerpo



            humano. Unos dedos, nerviosos, palparon su pecho


            y llegaron hasta su cara. Se detuvieron en la frente.


            Notaron  el  sudor  y  el  llanto  y  se  retiraron.  Un


            instante después, una tela enjugaba las humedades.



               —¿Me oyes? ¿Me oyes? ¿Quién eres? ¿Quién eres?



               Reprimió  hasta  los  gemidos  a  fin  de  recuperar


            fuerzas.  Debía  recuperar  fuerzas  antes  que  el  ser


            spie había limpiado su rostro se marchara.



               —¿Me oyes? ¿Me oyes? Decidme, ¿qué hace?



               Las voces agudas, suaves, llegaron de lejos.


               —Está quieto.



               —Está muerto.



               —Está desmayado.



               Y la voz —tan cerca que notó el calor del aliento—


            dijo:



               —No está muerto.



               Y a él.



               —Responde. No tengas miedo. Soy Abul.



               El  intenso  esfuerzo  del  cerebro  halló  su  fruto.


            Abul,  el  ciego,  el  sin  ojos,  el  desterrado  como  él.





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