Page 149 - La Nave - Tomas Salvador
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Pero  dejó  la  cadena  de  sus  razonamientos  para


            murmurar roncamente:



               —Abul..., mis manos. ¡Tengo m‐i‐e‐d‐o...!



               —Ellos también tienen miedo.



               —¿E...llos?


               —Sí. Los niños. ¿Tienes...?



               —¿Qué?



               —¿Tienes... ojos?



               Abul —lo comprendió— le creía castigado igual:


            cegado.  No,  no  estaba  ciego.  ¿O  sí  lo  estaba?  No


            razonaba bien, pero una chispa de su entendimiento



            le  estaba  diciendo  que  había  perdido  algo  tan


            valioso como los ojos para Abul. Dijo:


               —Sí.



               —¿Puedes ver?



               —Sí. Mis manos, Abul...



               —Ya lo sé. Dina me lo dijo.



               —¿Dina?



               —Dina es ella. Me dijo: «No tiene manos.» Yo soy


            Abul, ¿no me ves?



               —No.



               —¿Por qué, si tienes ojos?



               Sintió,  por  unos  momentos,  un  ramalazo  de


            pánico. ¿Y si estuviera ciego también? ¡No, no era


            posible!


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