Page 150 - La Nave - Tomas Salvador
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—No hay luz —dijo.



               —Pero, ¡sí que hay luz! La tienen ellos...



               No pudo evitar una sonrisa. Abul estaba loco.



               —Abre los ojos, por favor. Los niños tienen la luz.


               Abul  hablaba  despacio,  marcando  las  sílabas.  Y


            había tal acento de sinceridad, que abrió los ojos. Y



            ya  no  los  pudo  cerrar.  Al  fondo  de  una  cámara,


            junto  a  la  puerta,  cuatro  o  cinco  niños  estaban


            agrupados, sosteniendo dos luces. ¡Dos luces! ¡No;


            no  eran  luces!  Eran  dos  llamas,  dos  fuegos  en  la


            punta  de  un  cilindro.  Eran  luces  extrañas,  que


            hacían  sombras;  luces  que  tenían  profundidad;


            luces que olían.



               Abul, como si comprendiera, dijo:



               —Los  wit  saben  hacer  fuego  y  tienen  luces


            pequeñas. Yo no las veo... ahora.



               ¿Los  wit?  Y  de  repente,  el  peso  total  de  su


            desgracia  se  le  mostró  en  toda  su  realidad.


            Recordaba,  sí,  que  le  habían  cortado  las  manos.


            Después,  todo  se  le  había  desdibujado.  Y



            comprendió que, al igual que al cortador Abul, le


            habían arrojado a las cuevas. Estaba en las cuevas;


            Abul se encontraba a su lado. Y unos niños blancos,


            terriblemente blancos, sostenían luces en las manos.


            Los niños, asombrados, no perdían detalle de lo que


            pasaba. Los veía bien. La luz los recortaba contra la





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