Page 174 - La Nave - Tomas Salvador
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La muchacha, conteniendo las lágrimas, se apartó.
Sin comprender lo que podía haberla afectado,
sintió lástima por ella. En todo el rato que siguió,
durante el cual la caterva de muchachas habló sin
parar y rió sin medida, observó disimuladamente a
la mujer. Al cabo, Dina empujó a las entrometidas,
que no querían marcharse y protestaban. «¿Es que
quieres dos negros, Dina?» «Déjanos uno, Dina»,
decían, entre otras cosas que no comprendía. Siguió
con la mirada a la que desnudó su pecho y vio que
abandonaba la cámara sin mirarle de nuevo.
Abul y dos niños quedaron en la cámara. Los
niños le ayudaron a recostarse en el lecho. Estaba
contento, pero cansado. Se estaban acumulando
muchas sensaciones y presentía que muchas otras
habrían de llegar. Necesitaba estar fuerte para
recibirlas. Volvió Dina, llevando una escudilla de
comida, pero un caldo más espeso y oloroso.
—No debiera darte comida, malo —dijo—. Has
ofendido a Sad.
—No comprendo, mujer.
—¿Eres tonto?
—No lo sé, Dina; pero no comprendo cómo pude
haber ofendido a Sad. ¿Acaso no es cierto que no
tengo manos? Además, es indecente que una
muchacha muestre su pecho.
—¿Indecente? No comprendo. ¿Qué quiere decir,
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