Page 172 - La Nave - Tomas Salvador
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sintió ridículo, ignorante, aniñado.



               —Me gusta la luz —explicó, con las palabras más


            sencillas que pudo.



               —También a nosotros —contestó una muchacha.



               —«Arriba» no la tenemos.


               —Arriba no la necesitan.



               Dina  ordenó  a  los  presentes  de  modo  que



            formaron un semicírculo. Fue diciendo los nombres


            de todas las jóvenes, que al tiempo de oír su nombre


            decían  el  ritual:  «Ésa  soy  yo.»  Eran  nombres


            ligeramente  parecidos  a  los  kros,  pero  más


            musicales,  más  largos,  incluso  con  significado  o


            alusión a una función humana, como una, llamada


            Sonrisa,  y  otra,  denominada  Lucilla.  Todas,


            ligeramente                  sofocadas,                ahogaban                 risitas           y


            comentarios. Dentro de su prevención encontraba



            agradable el grupo de mujeres. Nunca había visto


            tantas y tan cerca. Hasta podía distinguir el palpitar


            de  sus  senos,  más  grandes  y  hermosos  que  los


            pechos de las mujeres kros. A no ser por el color,


            podían ser consideradas francamente hermosas.



               Abul, preocupado, dijo:



               —¿Te encuentras bien?



               —Mejor que antes.



               —¿Las manos?



               Se miró los brazos para contestar. Pero después de


                                                                                                           172
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