Page 179 - La Nave - Tomas Salvador
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cuanto más le percutían en la piel los pinchazos del


            dolor;  y  tanto  más  cuanto  más  le  pinchaba  el


            recuerdo en el cerebro. Acabó sin poder respirar. Y


            sin poder llevar las manos a sus ojos.



               Pero Abul, sin descomponer su serenidad, dijo:



               —Yo también hice eso, Shim. Hazlo, si te consuela.



               —Somos los únicos kros en las cuevas, y los dos


            mutilados...



               —No  somos  los  únicos,  Shim;  hay  muchos  kros


            entre nosotros.



               La  sorpresa  le  dejó  mudo.  ¿Mentía  Abul  para


            alentarle? No era posible.



               —Verdaderamente  —musitó—,  el  Libro  no  era


            toda la historia de la Nave.



               —¿Qué dices?



               —Ya me entenderás, Abul. Estoy mejor; mañana


            estaré mejor... ¿No puedo salir de la cámara?



               —¡Claro que sí! Puedes ir adonde quieras.



               Recapacitó  a  fin  de  hacer  una  pregunta  cuya


            contestación  no  engendrase  una  nueva  sorpresa.


            Estaba harto de sorprenderse, de ir comprendiendo


            a retazos o no comprender. Y por fin dijo:



               —Unicamente he visto niños y mujeres, Abul. ¿Es


            que los hombres wit no quieren verme?



               —¡Oh, sí! Es que quieren saber si les gustas a ellos,





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