Page 236 - La Nave - Tomas Salvador
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kros, que lo eran por haberlo sido sus padres y los
padres de sus padres, administraban a los enfermos
unas pastillas blancas. Con ellas, la fiebre, el calor
no natural del cuerpo, se cortaba. A las pastillas
para la fiebre y al vendaje de las heridas exteriores,
se reducía todo el saber kros; bien que eran pocas
las enfermedades. Abúlicos y estoicos, los kros se
morían de la misma sencilla forma en que vivían;
ocurría que no siempre la fiebre cortada sanaba al
enfermo. En tal caso, el enfermo moría sin fiebre,
pero moría, acurrucado en su litera, sin quejarse, sin
molestar a nadie.
Hipo, rodeado de diez o doce wit de mediana
edad, estaba sentado en una tarima. Se había
quitado la túnica y estaba desnudo. Separaba las
rodillas, y entre ellas, en el suelo, un recipiente
recogía la sangre que chorreaba del muslo de un
albino, fuertemente sujeto por otros cinco o seis, de
modo que la pierna herida quedaba encima del
recipiente. El herido daba unos gritos espantosos.
Los restantes heridos, aunque en menor grado,
también gritaban lo suyo. Era todo un ejercicio de
lamentos, desgarros, quejas y maldiciones. El ruido
era perfectamente insoportable. Mentira parecía
que una garganta humana soltara aullidos
semejantes.
—Ylus, ¿por qué gritan tanto?
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