Page 237 - La Nave - Tomas Salvador
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—¿Qué dices?



               —¡Que por qué gritan tanto!



               —¿Qué dices...?



               —Nada, déjalo...


               Sad,  indudablemente  más  ducha  en  semejantes


            menesteres, se le acercó y le introdujo en los oídos



            una materia blanda y correosa, que se amoldó en


            seguida y amortiguó en gran parte el insoportable


            concierto. Hipo, sonriendo a los huéspedes, siguió


            trabajando con el herido; vertió un líquido blanco


            en  la  brecha,  que  inmediatamente  cortó  la


            hemorragia; en seguida, con rápidos movimientos,


            juntó los bordes de la herida y los fue atravesando



            con  una  hila  de  metal  dorado,  fino  hasta  parecer


            invisible. Se quitó de encima al herido, al que un


            ayudante  esperaba  con  un  vendaje  preparado,  y


            pidió  silencio.  Es  decir,  hizo  unos  gestos  con  la


            mano, y los estropeados soldados dejaron de gritar.


            Se levantó de su asiento y se dirigió a ellos.



               —Shim...



               No le oía:



               —¿Qué dices?



               Sad,  ruborizada,  se  apresuró  a  hurgar  en  sus


            orejas, extrayendo la materia que había sofocado los


            gritos. Los testigos, hasta los heridos, comenzaron a


            reír.  ¿Comprendería  de  una  vez  al  pueblo  wit?




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