Page 238 - La Nave - Tomas Salvador
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Cuando  pretendía  conocerlo,  bastaban  incidentes


            pueriles  para  desconcertarlo.  Para  disimular  su


            turbación, dijo:



               —¿Por qué han dejado de gritar, Hipo?



               —Porque lo he mandado yo.



               —Así, ¿tú mandas sobre el dolor?



               —Tú lo has dicho.



               —No  hagas  caso  de  este  viejo  embustero  —dijo


            Ylus—. Los hace gritar hasta volverles locos, porque


            mientras chillan es más fácil curarlos. No es que el


            dolor se vaya; es que se olvida.



               Hipo pareció enfadarse.



               —Te  recuerdo,  Ylus,  que  debes  respetar  mis


            secretos; es la ley de las familias.



               —¿Tus secretos? Cuando me sacaste la muela grité


            más que todo ésos juntos; pero el dolor me subía


            desde el talón de los pies. Sospecho, viejo loco, que


            lo hiciste a todo empeño.



               Intervino para cortar aquella tendencia tan wit de


            desviarse por conversaciones secundarías.



               —Termina. Hipo, que nosotros podemos esperar.



               —He terminado.



               —Quedan dos, allí, en el rincón.



               —Son cautivos de Kalr. Son kros. Dice que los va


            a matar; de modo que no es necesario quitarles el




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