Page 31 - La Nave - Tomas Salvador
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no serán mis palabras la peor dificultad. En el Libro
tengo la de mis antepasados, hombres que de una
forma u otra fueron testigos de su tiempo. Repito y
aclaro: fueron testigos y narradores de lo que
presenciaron.
Mi miedo tiene una raíz. Hasta ahora pude creer
que los antepasados eran una leyenda; ahora sé que
fueron una realidad y que por ley natural nosotros
debemos haber ido perdiendo parte de sus virtudes
o defectos. Si es cierto que la Palabra Escrita nunca
se desvirtúa —y he sido educado para tan rigurosa
consecuencia—, ¡qué diferencia hay entre la
Memoria y la Escritura! La memoria empieza a
torcerse en el momento mismo en que se engendra
y se desvía un grado por cada hombre que la recoge,
por cada sueño que pasa. La Escritura es la norma
que no puede desvirtuarse.
¿Qué diferencias existirán entre los antepasados y
nosotros? ¡Ah, si las palabras pudieran
desprenderse de su significado y yacer, simples y
bellas, como trozos de acero abandonado...! Es
pueril pensar en ello. El maravilloso poder de la
Escritura es hacer que las Palabras, apenas
recogidas, se diluyan en nuestro cerebro. ¿Y luego?
No sé, todavía; pero presiento que allí se convierten
en algo inenarrable, algo que desencadena una serie
de sensaciones que no guardan proporción con la
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