Page 41 - Triton - Samuel R. Delany
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espiral  en  torno  a  la  brillante  columna  de  chispas  en

           dirección a la sagrada oscuridad.


                La  guitarrista  se  inclinó  sobre  su  instrumento,

           martilleándolo  con  su  mano  izquierda  y  arrancando

           furiosos acordes con la derecha. La gente empezó a dar


           palmadas.

                Él  alzó  las  manos  y  palmeó  también...,  débilmente:


           pero  ese  acto  agitó  todo  su  cuerpo;  palmeó  de  nuevo,

           locamente  desacompasado.  Palmeó  de  nuevo...,  ¿había

           terminado  la  canción?  Sólo  había  el  suave  canto  de  la


           mujer en la cuerda, su voz comedida, sus ojos fijos en los

           de  Bron:  «...cinco,  nueve...,  dos...,  seis...,  uno...,  siete...,

           cinco...». Bron palmeó de nuevo, solo, y se dio cuenta de


           que las lágrimas resbalaban por una de sus mejillas. (Las

           chispas murieron.) Dejó caer las manos, fláccidas.

                El acróbata del pelo rojo inició otra pirueta..., pero se


           detuvo antes de abandonar el suelo, sonrió y se puso de

           nuevo en pie. Ante lo cual la reacción de Bron fue casi de


           náusea. De haberse completado la pirueta (en medio del

           silencio, el bebé se apartó del pecho de la mujer, miró a

           su alrededor en la plaza, parpadeó, luego se acercó de


           nuevo al pezón y siguió chupando), Bron se dio cuenta

           de  que  hubiera  vomitado;  e  incluso  el  salto  inacabado


           parecía, de alguna forma, increíblemente correcto.

                Bron tragó saliva, dio un paso, intentó recomponerse:

           parecía  como  si  fragmentos  de  algo  se  estuvieran




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