Page 112 - Anatema - Neal Stephenson
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melodía que no había oído desde hacía diez años, desde
que me encontré de pie en la Puerta de Década, a la salida
del sol, viendo cómo las puertas de piedra y acero se
cerraban lentamente para apartarme de todo cuanto
conocía. Oír esa melodía me penetró tan profundamente
en el cerebro que literalmente me desequilibró y me apoyé
en otro fra: en Lio, que por una vez no aprovechó la
situación como excusa para darme un caderazo y tirarme
al suelo, sino que volvió a colocarme recto, como si yo no
fuese más que un ikón torcido, y se centró de nuevo en el
auto.
La música estaba sincronizada con el reloj, que servía de
metrónomo y director. Duró otro cuarto de hora: ni lectura
ni homilía, sólo música.
El cielo estaba despejado y, por tanto, en el momento de
la salida del sol la luz descendió por el pozo desde el
prisma de cuarzo de la cima del astrohenge. La música
cesó. Apagamos las esferas. Tuve la impresión de que al
principio la luz de arriba era de un color esmeralda, o
quizá me engañase la vista; pero parpadeé una vez y había
adquirido el color del dorso de la mano cuando en una
celda oscura lo iluminas desde el otro lado. Hubo un
momento de quietud insoportable: todos temíamos (como
en mi sueño) que el reloj estuviese estropeado y no pasase
nada.
Luego la pesa central inició el descenso. Eso sucedía
todos los días a la salida del sol para abrir la Puerta de Día.
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