Page 113 - Anatema - Neal Stephenson
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Pero aquel día era una señal para que todos estirásemos el
cuello y mirásemos hacia donde los pilares del Præsidium
atravesaban la bóveda de la Seo. Primero lo oímos, luego
vimos el movimiento. ¡Estaba sucediendo! Dos de las
pesas descendían, recorriendo los raíles para abrir la
Puerta de Año y la Puerta de Década.
Todos jadeamos, lanzamos exclamaciones y vitoreamos,
y muchos de nosotros tuvimos que secarnos los ojos.
Incluso podía oír a los Milésimos reaccionando tras su
pantalla. El cubo y el octaedro descendieron y todos
aullamos. Aplaudimos como si fuesen famosos en una
ceremonia de entrega de premios. A medida que se
acercaban al suelo del presbiterio nos fuimos callando,
como si temiésemos que chocaran. Pero mientras se
acercaban iban reduciendo la velocidad y, finalmente, se
detuvieron, a un palmo del suelo. Luego todos reímos.
En cierto modo, era absurdo. El reloj no era más que un
mecanismo. En ese momento tenía forzosamente que dejar
caer los contrapesos. Sin embargo, ver cómo sucedía
causaba una impresión que no se podría transmitir a
alguien que no estuviese allí. Se suponía que el coro
iniciaría un canto polifónico, y casi no pudo. Pero la
irregularidad de las voces era música en sí misma.
Fuera, bajo el canto, podíamos oír el sonido del agua
fluyendo.
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