Page 115 - Anatema - Neal Stephenson
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oficinistas desde sus rascacielos miraban desde arriba la


          parte superior de nuestros bastiones. En otros momentos

          retrocedían hasta convertirse en diminutas estaciones de

          combustible o emplazamientos de cañones en el cruce del


          río. Nuestra parte del río era peligrosa a causa de las vigas

          oxidadas  y  los  trozos  de  piedra  sintética  cubiertos  de

          líquenes, restos de los puentes levantados en la zona de


          cruce que, en épocas posteriores, se habían derrumbado y

          descendido con la corriente.

            La mayor parte de nuestra tierra y casi todos nuestros


          edificios estaban en el recodo, pero habíamos reclamado

          una  franja  en  la  otra  orilla  para  construir  allí  nuestras


          fortificaciones: muros paralelos al río en su tramo recto,

          con  bastiones  donde  formaba  recodos.  En  tres  de  esos

          bastiones había puertas: para el cenobio unario, el cenobio


          decenario  y  el  cenobio  centenario  (la  Puerta  de  Milenio

          estaba  en  la  cima  de  la  montaña  y  funcionaba  de  otra


          forma). Cada puerta tenía dos hojas, que supuestamente

          debían abrirse y cerrarse en momentos concretos; lo que

          había  sido  un  problema  para  los  práxicos,  ya  que  las


          puertas estaban situadas muy lejos y en la orilla opuesta

          del río que el reloj que se suponía que debía controlar su

          apertura.


            Los práxicos lo habían resuelto con potencia hidráulica.

          Muy lejos de nuestros muros, por encima de la catarata —

          por tanto, muy por encima de nuestras cabezas—, habían


          construido un estanque, como una cisterna abierta, en el



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