Page 118 - Anatema - Neal Stephenson
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para  olvidar,  cuando  me  encaprichaba  con  una  idea,  el


          Rastrillo de Diax. La historia de Orolo sobre un cenobio

          que  flotaba  libremente  en  el  tiempo,  navegando  las

          corrientes  entrecruzadas  de  una  Desgarradura  del


          Dominio Causal, me había agitado, así que dejé que mi

          imaginación se desbocase momentáneamente y fingí que

          vivía en ese cenobio y que realmente no tenía ni idea de lo


          que  encontraría  al  otro  lado  cuando  se  abriesen  las

          puertas: multitudes de imizares excitados corriendo hacia

          nosotros  con  horcas  o  cócteles  molotov.  Muertos  de


          hambre  arrastrándose  para  arrancar  patatas  del  suelo.

          Peregrines  moshiánicos  que  esperaban  ver  el  rostro  de


          algún  dios.  Cadáveres  cubriendo  el  suelo  hasta  el

          horizonte. Un terreno virgen. El momento más interesante

          fue cuando el espacio entre las puertas permitió la entrada


          de una sola persona. ¿Quién sería? ¿Hombre o mujer, viejo

          o joven, traería un rifle de asalto, un bebé, un arcón lleno


          de oro o una mochila con una bomba?



            A  medida  que  las  puertas  se  abrían,  vimos  que  unos


          treinta seculares se habían congregado para mirar. Varios

          miraban la puerta, todos en la misma postura extraña; al

          cabo  de  un  rato  deduje  que  nos  apuntaban  con


          motucaptores,  o  quizá  sostenían  cismexes  para  enviar

          imágenes a gente lejana. Una niña pequeña, a hombros de

          su  padre,  comía  algo;  ya  estaba  más  que  aburrida  y  se


          retorció para que la bajasen; el padre se inclinó, removió



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