Page 120 - Anatema - Neal Stephenson
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un carrito rojo con una maceta en la que crecía una
plantita. Cada niño tenía una mano en el borde de la
maceta para que no se cayese mientras las ruedas del
carrito giraban sobre el empedrado. La mujer, sin ninguna
ocupación, se movía más rápido, pero andando de un
modo que me pareció extraño hasta que recordé que
extramuros las mujeres se ponían unos zapatos que las
obligaban a caminar así. Sonreía, pero también se limpiaba
las lágrimas de la cara. Se acercó directamente a gransur
Ylma, a la que parecía reconocer, y se puso a explicar que
su padre, que había muerto tres años antes, había sido un
gran partidario del concento y le gustaba ir a la Puerta de
Día para asistir a conferencias y leer libros. A su muerte,
sus nietos habían plantado ese árbol y tenían la esperanza
de que se pudiese transplantar a un lugar adecuado de
nuestros terrenos. Gransur Ylma dijo que no habría
problema si era uno de las Ciento Sesenta y Cuatro
plantas. La dama burgo le garantizó a Ylma que,
conociendo nuestras reglas, habían tomado todas las
precauciones para asegurarse de que así fuera. Mientras
tanto, su marido daba vueltas sacando fotos de la
conversación con el cismex.
Al ver que no habíamos masacrado a los de la familia
burgo ni les habíamos insertado sondas por sus orificios,
un joven ayudante del hombre con el dispositivo de
amplificación de sonido se acercó y se puso a repartirnos,
una a una, hojas con algo escrito. Por desgracia, eran
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