Page 119 - Anatema - Neal Stephenson
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las caderas y, entre dientes, le insistió en que prestase
atención un minuto más. Una dama vigilaba a ocho niños
en fila vestidos de forma idéntica. Debían de haber venido
de unos de los subvides de los burgos. Una mujer
desolada, que daba la impresión de haber sobrevivido a
un desastre natural que no hubiese afectado a nadie más,
se acercó despacio a la puerta, sosteniendo un paquete
que, sospechaba yo, debía de ser un bebé recién nacido.
Media docena de hombres y mujeres estaban reunidos
alrededor de algo que echaba humo. El artefacto estaba
rodeado por un batiburrillo de cajas de llamativos colores,
sobre las que se sentaban algunos para comerse más
cómodamente sus enormes sandwiches grasientos.
Recuperé palabras de flújico semiolvidadas: «barbacoa»,
«nevera», «sándwich».
Un hombre se había plantado en medio de un círculo
abierto —o quizá los otros simplemente le estuviesen
evitando— y agitaba una bandera en el extremo de una
vara: la bandera del Poder Secular. Había adoptado una
postura retadora, triunfal. Otro hombre gritaba en un
dispositivo que incrementaba el volumen de su voz: algún
deólatra, supuse, que quería que nos uniésemos a su arca.
Los primeros en entrar fueron un hombre y una mujer,
vestidos con el tipo de ropa que la gente de extramuros
llevaba para asistir a una boda o para cerrar una
importante transacción comercial, y tres niños con
versiones en miniatura de esa ropa. El hombre tiraba de
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