Page 121 - Anatema - Neal Stephenson
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kinagramas y no podíamos leerlos. Nos habían advertido
que era mejor aceptar esas cosas con cortesía y decir que
las leeríamos más tarde… nada de iniciar un diálogo
theleniano con esas personas.
El hombre vio a la mujer desolada. Adivinando que tenía
la intención de dejarnos el bebé, se puso a intentar
convencerla de lo contrario usando un flújico lleno de
jerga. La mujer se echó atrás; luego, al comprender que
probablemente estuviese en territorio seguro, se puso a
insultarlo. Media docena de sures se le acercaron para
rodearla. El deólatra se puso furioso y dio la impresión de
que iba a golpear a alguien. Por primera vez vi a fra
Delrakhones observando de cerca al tipo y estableciendo
contacto visual con varios fras fornidos que se le
acercaban. Pero luego el hombre del dispositivo sonoro
pronunció una palabra que debía de ser el nombre del
individuo. Tras llamar su atención, alzó la vista al cielo un
momento («¡Idiota, los Poderes Fácticos vigilan!») y luego
le miró con furia («¡Relájate y sigue pasando el texto
importante!»).
Un hombre alto se me acercaba: el artesano Quin. A su
lado había una copia más bajita de Quin, sin barba.
—Bon Apert, fra Erasmas —dijo Quin.
—Bon Apert, artesano Quin —respondí, y luego miré a
su hijo, que me miraba el pie izquierdo. Su mirada viajó
rápidamente a mi capucha sin pasar por mi cara, como si
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