Page 53 - Anatema - Neal Stephenson
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conectados por árboles de levas y escapes que los Ati se
ocupaban de limpiar e inspeccionar. La cadena principal
—la que subía por el centro y sostenía el meteorito—
estaba conectada a un largo sistema de engranajes y
enganches ingeniosamente ocultos en los pilares del
Præsidium y que descendía hacia el techo abovedado que
teníamos bajo los pies. La única parte visible para alguien
que no fuese un Ati era el cilindro achaparrado del centro
del presbiterio, con aspecto de altar redondo. De ese
cilindro sobresalían cuatro barras horizontales como
radios, situadas más o menos a la altura del hombro. Cada
barra medía unos ocho pies. En el momento adecuado del
servicio, Jesry, Arsibalt, Lio y yo agarramos el extremo de
una barra. En cierto momento del Anatema, empujamos,
como marineros intentando recoger el ancla girando el
cabrestante. Pero no se movió nada, excepto mi pie
derecho, que me patinó y resbalé unas pulgadas antes de
volver a agarrarme. La fuerza combinada de los cuatro no
podía superar la fricción de todos los cojinetes y
engranajes que había entre nosotros y la rueda dentada, a
cientos de pies de altura, de la que pendían cadena y peso.
Una vez que se soltase tendríamos fuerza suficiente para
moverla, pero soltar el mecanismo requería un golpe
potentísimo (suponiendo que quisiésemos usar la fuerza
bruta) o, si decidíamos emplear el ingenio, una pequeña
sacudida: una vibración sutil. Práxicos distintos
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