Page 56 - Anatema - Neal Stephenson
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práxica, la vibración era justo la precisa para romper el
sello de fricción estática en el eje maestro. Lio, Arsibalt,
Jesry y yo, a pesar de que sabíamos que iba a producirse,
casi nos caímos de bruces cuando el cilindro se puso en
movimiento. Momentos más tarde, después de que
hubiese desaparecido el rebote en el tren de engranajes, el
meteorito comenzó a elevarse sobre nuestras cabezas. Y
sabíamos que veinte acordes más tarde podíamos esperar
que nos lloviese desde cientos de pies de altura lo
acumulado ese día de polvo y cagadas de murciélago.
En la liturgia antigua, ese momento había representado
la Luz iluminando la mente de Cnoüs. El cántico se dividió
en dos melodías que competían, una representando a Deät
y la otra a Hylaea, las dos hijas de Cnoüs. Caminando con
esfuerzo en sentido antihorario alrededor del eje,
empujamos al ritmo de Anatema. El meteorito fue
subiendo unas dos pulgadas por segundo, y así seguiría
hasta alcanzar la parte superior, lo que llevaría unos veinte
minutos. Al mismo tiempo, las cuatro ruedas dentadas de
las que colgaban las otras cuatro cadenas también giraban,
aunque mucho más despacio. Durante el auto el cilindro
se elevaría más o menos un pie. El octaedro se elevaría
unas dos pulgadas. Y allá arriba, en el techo, la esfera
descendía lentamente para mantener el reloj en
funcionamiento durante el tiempo que nos llevase darle
cuerda.
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