Page 88 - El Planeta Prohibido - Stuart W J
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que se usan para perros en la Tierra, pero de mucha mayor

         intensidad.

                Farman pensó lo mismo que yo.

                —¿Qué  vamos  a  ver?  —gruñó—.  ¿Chihuahuas


         altairianos?

                Pero  lo  que  vimos  fué  más  asombroso  que  cualquier

         perro. Yo los divisé primero, formas oscuras arrojándose al

         suelo a la sombra de los árboles, luego, corriendo hacia la


         luz con terribles saltos.

                —Monos  —dijo  Farman—.  ¿Qué  más  veremos

         después?


                Eran ocho. Vinieron saltando y brincando y con galopes

         y trotes como los de los perros; pero, cuando llegaron a la

         expectante figura de la muchacha, se colocaron ante ella en


         semicírculo.  Produjeron  una  gran  algarabía  y  entre  ella

         pudimos escuchar la voz de Altaira, riendo y llamándolos.

                —¡Monos! —murmuró de nuevo Farman—. ¡Qué gana

         de perder tiempo!


                Sonriendo, le dije:

                —Tiene  usted  una  mente  completamente  unilateral.

         ¿No le resulta ni siquiera ligeramente interesante hallarlos

         aquí?


                Ahora sí me miró, por un instante.

                —¡Caramba! ¡Eso sí que tiene gracia! —exclamó. Luego,

         encogiéndose  de  hombros—.  ¡Bah!  ¿Qué  es  un  mono,





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