Page 392 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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o  dos  científicos  de  bata  blanca  o  técnicos


                  que corrían por los pasillos, no hubo ningún


                  intento  de  detenernos  o  preguntarnos

                  adónde íbamos.


                  Luego —¡booom!—, un nuevo impacto.


                  La  luz  eléctrica  se  apagó,  y  el  pasillo  se


                  estremeció  tirándome  al  suelo.  Mi  rostro

                  chocó  con  el  polvo;  sentí  la  sangre  que  me


                  manaba de la nariz —mi cara debía de ser un


                  buen espectáculo— y noté un cuerpo ligero,

                  creo  que  el  de  Nebogipfel,  apoyado  en  mi


                  pierna.


                  El  estremecimiento  sólo  duró  unos  pocos


                  segundo. La luces no volvieron.

                  Tuve un ataque de tos, ya que el aire estaba


                  lleno de polvo de hormigón, y sufrí los restos


                  de mi viejo terror a la oscuridad. Luego oí el

                  silbido de una cerilla —tuve una visión fugaz


                  de  la  cara  redonda  de  Moses—  y  vi  que


                  encendía  una  vela.  Levantó  la  vela,


                  protegiendo  la  llama  con  la  mano,  y  la  luz

                  amarillenta  se  extendió  por  el  pasillo.  Me


                  sonrió.


                  —Perdí  la  mochila,  pero  tuve  la  precaución

                  de  poner  algunos  de  los  suministros  en  los


                  bolsillos —dijo.


                  Gödel se puso en pie, con un poco de rigidez;


                  protegía  (lo  vi  con  gratitud)  la  plattnerita

                  contra el pecho, y el frasco estaba intacto.







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