Page 414 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Entonces lo vi: flotaba en el aire húmedo de
la cabina, inmune al balanceo del coche, con
ojos inmensos, la boca carnosa en forma de
«V», y aquellos tentáculos articulados que
descendían pero no llegaban a tocar el suelo.
No era un fantasma —no podía ver a su
través el bosque que había detrás— y era tan
real como yo, Nebogipfel o las botas que
había colocado en el banco.
El Observador me miró fría y analíticamente.
No sentí temor. Me acerqué a él, pero se alejó
en el aire. No tenía duda de que sus ojos
verdes estaban fijos en mi cara.
—¿Quién es? —pregunté— ¿Puede
ayudarnos?
Si podía oírme, no respondió. Pero la luz ya
cambiaba; la luminosidad del aire
desaparecía y volvía a ver el verde vegetal.
Sentí, entonces, un giro —el gran cráneo era
como un juguete, rotando sobre su eje— y
desapareció.
Nebogipfel caminó hacia mí, los largos pies
pasaban por encima de las aristas del suelo.
Se había quitado las ropas del siglo
diecinueve e iba desnudo, exceptuando las
gafas rotas y la capa de pelo blanco en su
espalda, ahora enredada y grande.
—¿Qué pasa? ¿Estás enfermo?
Le hablé del Observador, pero no había visto
nada. Volví a descansar en el banco, sin saber
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