Page 591 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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CONFINAMIENTO
Abrí los ojos, o más bien tuve la sensación de
que retiraban mis párpados, o que me los
cortaban. Mi vista estaba borrosa, mi visión
del mundo refractada; me pregunté si mis
globos oculares estaban helados, quizá
congelados por completo. Fijé la vista en un
punto al azar en el cielo sin estrellas; en la
periferia de la visión vi rastros de verde —
¿quizá la Luna?—, pero no podía volverme
para mirar.
No respiraba. ¡Es fácil decirlo, pero es difícil
expresar la ferocidad de ese descubrimiento!
Me sentí como si me hubiesen sacado de mi
cuerpo; no sentía ninguno de los ruidos
mecánicos —el sonido de la respiración y el
corazón, el millón de pequeños dolores
musculares— que forman, sigilosos, la
superficie de nuestras vidas humanas. Era
como si todo mi ser, toda mi identidad, se
hubiese reducido a aquella mirada fija.
Deberías sentir miedo, pensé; debería haber
luchado por respirar, como si me ahogase.
Pero no tenía esas necesidades: me sentía
adormilado, como en un sueño, como si me
hubiesen transformado en un espíritu.
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