Page 592 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Fue la falta de terror, creo, lo que me
convenció de que estaba muerto.
Ahora una forma se movía encima de mí,
interponiéndose entre el cielo y la línea de mi
mirada. Era más o menos piramidal, sin con‐
tornos claros; era como una montaña, todo
en sombras, flotando encima de mí.
Por supuesto, reconocí aquella aparición: era
la cosa que se había plantado frente a mí
cuando yacíamos en el hielo. Ahora la
máquina —porque eso pensé que era— se
acercó a mí. Se desplazaba con un extraño
movimiento fluido; si piensan en la arena de
un reloj de arena al caer en un movimiento
compuesto de granos al girarlo, tendrán una
idea del efecto. Vi, en el límite de la visión,
que los bordes difusos de la base de la
máquina se movían sobre mi pecho y
estómago. Entonces sentí una serie de
picaduras —pequeños zarpazos— en el pe‐
cho y la barriga.
¡La sensibilidad había vuelto! Y con la
rapidez de un disparo de rifle. Sentí unos
arañazos débiles contra la piel del pecho,
como si cortasen tela y la doblasen. Los
pinchazos se hicieron más profundos; era
como si pequeños palpos de insecto llegasen
hasta el interior de la piel, infestándome.
Sentí dolor, un millón de pequeños pinchazos
de aguja penetrando en mi interior.
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