Page 157 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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–¡Tu mano también, Rild! De hecho, la diosa es generosa
en su protección. ¡Prueba esto!
El acero rechinó al resbalar sobre el de la otra arma y
abrió un tajo con la punta en el bíceps de su oponente.
–¡Aja! ¡He aquí un lugar que olvidó! –exclamó–. ¡Probe‐
mos otro!
Las hojas se trabaron y se soltaron, fintaron, golpearon,
pararon, respondieron.
Yama detuvo un elaborado ataque con una brusca em‐
bestida, y su hoja, más larga, abrió otro sangriento surco en
el brazo de su oponente.
El hombre de negro saltó sobre el tronco, lanzando un fu‐
rioso tajo a la cabeza, que Yama detuvo y desvió. Presio‐
nando más su ataque, Yama lo obligó a retroceder sobre el
tronco, y entonces pateó de lado el improvisado puente.
El otro saltó hacia atrás, aterrizando en la orilla opuesta.
Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, él también pateó
el tronco, haciéndolo moverse aún más.
Rodó antes de que Yama pudiera saltar sobre él, se des‐
lizó libre de sus apoyos en los lados y fue a estrellarse con‐
tra el arroyo, abajo, oscilando unos momentos antes de ser
arrastrado por las aguas hacia el oeste.
–¡Diría que sólo es un salto de poco más de dos metros,
Yama! ¡Adelante, cruza! –exclamó el otro.
El dios de la muerte sonrió.
–Conserva tu aliento mientras puedes –dijo–. El aliento es
el menos apreciado de los dones de los dioses. Nadie le
canta himnos alabando el buen aire, respirado tanto por
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