Page 163 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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Por un momento sus ojos se cruzaron, pero esta vez el


        otro no se estremeció.

           –Ahora  puedo  resistir  tu  mirada  de  muerte,  Yama  –

        afirmó–, y no verme detenido por ella. ¡Me has enseñado


        demasiado bien!

           Y mientras saltaba, las manos de Yama se apartaron de


        su cintura, haciendo restallar su empapada faja como un

        látigo contra los muslos del otro.

           Lo atrapó y tiró de él mientras el otro caía, dejando caer


        su arma, y de una patada envió a los dos a aguas más pro‐

        fundas.

           –Nadie le canta himnos al aliento –dijo Yama–. ¡Pero ay


        de quién no lo tenga!

           Entonces se hundió, arrastrando al otro consigo, sus bra‐


        zos convertidos en tenazas de hierro en torno a su cuerpo.

           Más tarde, mucho más tarde, mientras la empapada fi‐

        gura se erguía junto al arroyo, murmuró con voz cansada,


        resollando fuertemente.

           –Fuiste... el más grande que jamás se alzara contra mí...

        en todas las eras que puedo recordar. Es realmente una lás‐


        tima...

           Luego, tras cruzar el curso de agua, prosiguió su camino,

        caminando, por entre las rocosas colinas.







           Al entrar en la ciudad de Alundil, el viajero se detuvo en

        el primer albergue que encontró. Tomó una habitación y







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