Page 167 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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–¿Qué hombre que ha vivido más de una veintena de
años desea justicia, guerrero? Por mi parte, considero la mi‐
sericordia infinitamente más atractiva. Dame cada día una
deidad misericorde.
–Bien dicho –admitió el otro–, pero soy, como sabes, un
guerrero. Mi propia naturaleza está cerca de la de ella. Pen‐
samos igual, la diosa y yo. Generalmente estamos de
acuerdo en la mayor parte de los asuntos. Y cuando no, re‐
cuerdo que ella es también una mujer.
–Yo vivo aquí –dijo el sacerdote–, y no hablo de una
forma tan íntima con los dioses que están a mi cargo.
–En público, por supuesto –dijo el otro–. No me hables de
los sacerdotes. He bebido con muchos de vosotros, y he po‐
dido comprobar que sois tan blasfemos como el resto de la
humanidad.
–Hay un tiempo y un lugar para cada cosa –dijo el sacer‐
dote, mirando de reojo a la estatua de Kali.
–De acuerdo, de acuerdo. Ahora dime por qué la base de
la estatua de Yama no ha sido limpiada recientemente. Está
llena de polvo.
–Fue limpiada ayer, pero ha pasado tanta gente desde en‐
tonces que se ha ensuciado bastante.
El otro sonrió.
–¿Por qué entonces no hay ofrendas depositadas a sus
pies, ni restos de sacrificios?
–Nadie le trae flores a la Muerte –dijo el sacerdote–. Sim‐
plemente vienen a mirar y se van. Nosotros los sacerdotes
siempre hemos considerado que las dos estatuas se hallan
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