Page 164 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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ordenó una tina de agua. Se bañó mientras un sirviente lim‐


          piaba sus ropas.

             Antes de cenar, se dirigió a la ventana y miró a la calle. El

          olor a slagarto permeaba el aire, y de abajo le llegaba el ru‐


          mor de numerosas voces.

             La gente abandonaba la ciudad. En el patio a sus espaldas


          se llevaban a cabo los preparativos para la partida de una

          caravana por la mañana. Aquella noche marcaba el final

          del festival de primavera. Bajo él, en la calle, los comercian‐


          tes seguían haciendo aún sus negocios, las madres acuna‐

          ban a sus cansados hijos, y un príncipe local regresaba con

          sus hombres de la caza, con dos gallos de fuego atados a


          lomos de un trotante slagarto. Contempló a una cansada

          prostituta que discutía algo con un sacerdote, que parecía


          más cansado aún, agitaba su cabeza y finalmente se alejaba

          caminando. Una luna estaba ya alta en el cielo, dorada a

          través del Puente de los Dioses, y la segunda luna, más pe‐


          queña, acababa de aparecer por el horizonte. Había un frió

          mordiente en el aire del anochecer, que le llevaba, junto con

          los olores de la ciudad, los aromas de las cosas que crecían


          en primavera: las pequeñas yemas y la tierna hierba, el lím‐

          pido aroma del verdeazulado trigo de primavera, la hú‐

          meda tierra, la crecida de las aguas. Inclinándose hacia de‐


          lante podía ver el Templo que se erguía en la colina.

             Llamó a un sirviente para que le trajera la cena a su habi‐


          tación, y mandó llamar a un comerciante local.










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