Page 31 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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proporcionaban contra la observación desde abajo, se
asomó, sin apartar ni un momento sus ojos del colmillo.
Ahora podía ver que estaba parcialmente hueco. Había
una poco profunda pero seca cueva en su base, y dos figu‐
ras arrodilladas en su intenor ¿Hombres santos, en plena
plegaria?, se preguntó.
Entonces ocurrió. El relámpago más aterrador que jamás
hubiera visto cayó sobre las piedras, no una vez ni por un
breve instante. Era como si un animal con lengua de fuego
lamiera y lamiera la piedra, creciendo a medida que lo ha‐
cía, durante quizá un cuarto de minuto.
Cuando Tak abrió los ojos, contó veinte de las resplande‐
cientes torres.
Uno de los hombres santos se inclinó hacia delante, hizo
un gesto. El otro no. El sonido llegó hasta donde estaba
Tak, y las palabras:
–¡Ojos de la serpiente! ¡Ahora me toca a mí!
–¿Cuál es la cantidad? –preguntó el segundo, y Tak reco‐
noció la voz del Alma Grande Sam.
–¡Doble o nada! –rugió el otro, y se inclinó hacia delante,
luego se echó hacia atrás, después hizo un gesto parecido
al que Sam había hecho antes.
–¡Nina de Srinagina! –canturreó, y se inclinó, se echó ha‐
cia atrás, e hizo nuevamente el gesto.
–Los sagrados siete –dijo Sam suavemente.
El otro aulló.
Tak cerró los ojos y se cubrió los oídos, esperando lo que
podía llegar tras aquel aullido.
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