Page 48 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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Esta vez Yama vaciló, sintiendo ceder sus fuerzas.
El pelo color bronce de la mujer cayó sobre sus manos.
Sus pálidos ojos le suplicaron. En torno a su garganta había
un collar de calaveras de marfil, apenas ligeramente más
pálidas que su piel. Su san tenía el color de la sangre. Sus
manos estaban apoyadas sobre las de él, casi acaricián‐
dole...
–¡Diosa! –susurró.
–¿No matarás a Kali...? ¿Durga...? –dijo ella con voz es‐
trangulada.
–Te has equivocado de nuevo, Mara –jadeó Yama–. ¿No
sabes que todos los hombres matan lo que más aman? –y
con esas palabras retorció sus manos, y se oyó un ruido de
huesos rompiéndose.
–Seas diez veces maldito –dijo, con los ojos fuertemente
cerrados–. No habrá renacer.
Abrió las manos.
Un hombre alto, de nobles proporciones, yacía en el suelo
a sus pies, la cabeza torcida en un ángulo extraño sobre su
hombro derecho.
Finalmente, su ojo se había cerrado.
Yama volvió el cadáver con la punta de su bota.
–Ergid una pira y quemad este cuerpo –dijo a los monjes,
sin volverse hacia ellos–. No prescindáis de ninguno de los
ritos. Hoy ha muerto uno de los más altos.
Apartó trabajosamente los ojos de la obra de sus manos,
giró sobre sus talones y abandonó la estancia.
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