Page 97 - El alquimista
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Al caer el día, el muchacho fue a buscar al Alquimista. Llevaba al
halcón hacia el desierto.
-No sé transformarme en viento -repitió el muchacho.
-Acuérdate de lo que te dije: el mundo no es más que la parte
visible de Dios. Y que la Alquimia es traer al plano material la
perfección espiritual.
-¿Y ahora qué hace?
-Alimento a mi halcón.
-Si no consigo transformarme en viento, moriremos -dijo el
muchacho-. ¿Para qué alimentar al halcón?
-Quien morirá eres tú -replicó el Alquimista-. Yo sé transformarme
en viento.
El segundo día, el muchacho fue hasta lo alto de una roca que
quedaba cerca del campamento. Los centinelas lo dejaron pasar; ya
habían oído hablar del brujo que se transformaba en viento, y no
querían acercarse a él. Además, el desierto era una enorme e infran-
queable muralla.
Se pasó el resto de la tarde del segundo día mirando al desierto.
Escuchó a su corazón. Y el desierto escuchó su angustia.
Ambos hablaban la misma lengua.
A1 tercer día, el general se reunió con los principales comandantes.
-Vamos a ver al muchacho que se transforma en viento -dijo el
general al Alquimista.
-Vamos a verlo -repuso el Alquimista.
El muchacho los condujo hasta el lugar donde había estado el día
anterior. Entonces les pidió a todos que se sentaran.
-Tardaré un poco -advirtió el muchacho.
-No tenemos prisa -respondió el general-. Somos hombres del
desierto.
El muchacho comenzó a mirar al frente, hacia el horizonte. En la
lejanía se divisaban montañas, rocas y plantas rastreras que insistían
en vivir en un lugar en el que la supervivencia era imposible. Allí
estaba el desierto, que él había recorrido durante tantos meses y del
que, aun así, sólo conocía una pequeña parte. En esta pequeña parte
había encontrado ingleses, caravanas, guerras de clanes y un oasis con
cincuenta mil palmeras y trescientos pozos.
-¿Qué haces aquí de nuevo? -le preguntó el desierto-. ¿Acaso no
nos contemplamos suficientemente ayer?
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