Page 36 - El alquimista
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rodeaban la plaza. Recordó que cuando aquel sol había nacido por la
mañana, él estaba en otro continente, era un pastor, tenía sesenta
ovejas y una cita concertada con una chica. Por la mañana, mientras
andaba por los campos, sabía todo lo que le iba a suceder.
Sin embargo, ahora que el sol se escondía, estaba en un país
diferente, era un extraño en una tierra extraña, donde ni siquiera
podía entender el idioma que hablaban. Ya no era un pastor y no tenía
nada más en la vida, ni siquiera dinero para volver y empezar de
nuevo.
«Todo esto entre el nacimiento y la puesta del mismo sol», pensó.
Y sintió pena de sí mismo, porque en la vida a veces las cosas cambian
en el espacio de un simple grito, antes de que las personas puedan
acostumbrarse a ellas.
Le daba vergüenza llorar. Jamás había llorado delante de sus propias
ovejas. Pero el mercado estaba vacío y él estaba lejos de la patria.
El muchacho lloró. Lloró porque Dios era injusto, y retribuía de
esta forma a las personas que creían en sus propios sueños. «Cuando
yo estaba con las ovejas era feliz, e irradiaba siempre felicidad a mi
alrededor. Las personas me veían llegar y me recibían bien. Pero ahora
estoy triste e infeliz. ¿Qué haré? Voy a ser más duro y no confiaré más
en las personas, porque una de ellas me traicionó. Voy a odiar a los que
encontraron tesoros escondidos, porque yo no encontré el mío. Y
siempre procuraré conservar lo poco que tengo, porque soy demasiado
pequeño para abarcar al mundo.»
Abrió su zurrón para ver lo que tenía dentro; quizá le había
sobrado algo del bocadillo que había comido en el barco. Pero sólo
encontró el libro grueso, la chaqueta y las dos piedras que le había
dado el viejo.
A1 mirar las piedras sintió una inmensa sensación de alivio. Había
cambiado seis ovejas por dos piedras preciosas, extraídas de un
pectoral de oro. Podía vender las piedras y comprar el pasaje de regreso.
«Ahora seré más listo», pensó el chico sacando las piedras de la bolsa
para esconderlas en el bolsillo. Aquello era un puerto y ésta era la
única verdad que el otro chico le había dicho: un puerto está siempre
lleno de ladrones.
Ahora entendía también la desesperación del dueño del bar; estaba
intentando avisarle de que no confiara en aquel hombre. «Soy como
todas las personas: veo el mundo tal como desearía que sucedieran las
cosas, y no como realmente suceden.»
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