Page 38 - El alquimista
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conociese. «¡Ah, si ellos supieran que apenas a dos horas de barco
                                 existen tantas cosas diferentes!»
                                    El mundo nuevo aparecía frente a él bajo la forma de un mercado
                                 vacío, pero él ya había visto aquel mercado lleno de vida y nunca más
                                 lo olvidaría. Se acordó de la espada: le costó muy caro contemplarla
                                 durante unos instantes, pero tampoco había visto nada igual en su
                                 vida.
                                    Sintió de repente que él podía contemplar el mundo como una
                                 pobre víctima de un ladrón o como un aventurero en busca de un
                                 tesoro.
                                    «Soy un aventurero en busca de un tesoro», pensó, antes de que un
                                 inmenso cansancio le hiciese caer dormido.
                                    Lo despertó un hombre que le estaba tocando con el codo. Se había
                                 dormido en medio del mercado y la vida de aquella plaza estaba a
                                 punto de recomenzar.
                                    Miró a su alrededor, buscando a sus ovejas, y se dio cuenta de que
                                 estaba en otro mundo. En vez de sentirse triste, se sintió feliz. Ya no
                                 tenía que seguir buscando agua y comida; ahora podía seguir en busca
                                 de un tesoro. No tenía un céntimo en el bolsillo, pero tenía fe en la
                                 vida. La noche anterior había escogido ser un aventurero, igual que
                                 los personajes de los libros que solía leer.
                                    Comenzó a deambular sin prisa por la plaza. Los comerciantes
                                 levantaban sus paradas; ayudó a un pastelero a montar la suya. Había
                                 una sonrisa diferente en el rostro de aquel pastelero: estaba alegre,
                                 despierto ante la vida, listo para empezar un buen día de trabajo. Era
                                 una sonrisa que le recordaba algo al viejo, aquel viejo y misterioso rey
                                 que había conocido.
                                    «Este pastelero no hace dulces porque quiera viajar, o porque se
                                 quiera casar con la hija de un comerciante. Este pastelero hace dulces
                                 porque le gusta hacerlos», pensó el muchacho, y notó que podía hacer
                                 lo mismo que el viejo: saber si una persona está próxima o distante de
                                 su Leyenda Personal sólo con mirarla. «Es fácil, yo nunca me había
                                 dado cuenta de esto.»
                                    Cuando acabaron de montar el tenderete, el pastelero le ofreció el
                                 primer dulce que había hecho. El muchacho se lo comió, le dio las
                                 gracias y siguió su camino. Cuando ya se había alejado un poco se
                                 acordó de que se había montado el puesto entre una persona que
                                 hablaba árabe y la otra, español. Y se habían entendido perfectamente.




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