Page 40 - El alquimista
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Había un cartel en la puerta en el que ponía que allí se hablaban
                                 varias lenguas. El muchacho vio aparecer a un hombre tras el mostra-
                                 dor.
                                    -Puedo limpiar estos jarros si usted quiere -dijo el chico-. Tal como
                                 están ahora, nadie va a querer comprarlos.
                                    El hombre lo miró sin decir nada.
                                    -A cambio, usted me paga un plato de comida.
                                    El hombre continuó en silencio, y el chico sintió que debía tomar
                                 una decisión. Dentro de su zurrón tenía la chaqueta, que no iba a
                                 necesitar en el desierto. La sacó y comenzó a limpiar los jarros.
                                 Durante media hora limpió todos los jarros del escaparate; en ese
                                 intervalo entraron dos clientes y compraron algunas piezas al dueño.
                                    Cuando acabó de limpiarlo todo, pidió al hombre un plato de
                                 comida.
                                    -Vamos a comer -le dijo el Mercader de Cristales.
                                    Colgó un cartel en la puerta y fueron hasta un minúsculo bar,
                                 situado en lo alto de la ladera. En cuanto se sentaron a la única mesa
                                 existente, el Mercader de Cristales sonrió.
                                    -No era necesario limpiar nada -aseguró-. La ley del Corán obliga
                                 a dar de comer a quien tiene hambre.
                                    -¿Entonces por qué dejó que lo hiciera? -preguntó el muchacho.
                                    -Porque los cristales estaban sucios. Y tanto tú como yo necesitá-
                                 bamos apartar los malos pensamientos de nuestras cabezas.
                                    Cuando acabaron de comer, el Mercader se dirigió al muchacho:
                                    -Me gustaría que trabajases en mi tienda. Hoy entraron dos clientes
                                 mientras limpiabas los jarros, y eso es buena señal.
                                    «Las personas hablan mucho de señales -pensó el pastor-, pero no
                                 se dan cuenta de lo que están diciendo. De la misma manera que yo no
                                 me daba cuenta de que desde hacía muchos años hablaba con mis
                                 ovejas un lenguaje sin palabras.»
                                    -¿Quieres trabajar para mí? -insistió el Mercader.
                                    -Puedo trabajar el resto del día -repuso el muchacho. Limpiaré
                                 hasta la madrugada todos los cristales de la tienda. A cambio, necesito
                                 dinero para estar mañana en Egipto.
                                    El hombre rió.
                                    -Aunque limpiases mis cristales durante un año entero, aunque
                                 ganases una buena comisión de venta en cada uno de ellos, aún
                                 tendrías que conseguir dinero prestado para ir a Egipto. Hay miles de
                                 kilómetros de desierto entre Tánger y las Pirámides.


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