Page 41 - El alquimista
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Hubo un momento de silencio tan grande que la ciudad pareció
                                       haberse dormido. Ya no existían los bazares, las discusiones de los
                                       mercaderes, los hombres que subían a los alminares y cantaban, las
                                       bellas espadas con sus empuñaduras con piedras incrustadas. Ya se
                                       habían terminado la esperanza y la aventura, los viejos reyes y las
                                       Leyendas Personales, el tesoro y las Pirámides. Era como si todo el
                                       mundo permaneciese inmóvil, porque el alma del muchacho estaba en
                                       silencio. No había ni dolor, ni sufrimiento, ni decepción; sólo una
                                       mirada vacía a través de la pequeña puerta del bar, y unas tremendas
                                       ganas de morir, de que todo se acabase para siempre en aquel instante.
                                          El Mercader, asustado, miró al muchacho. Era como si toda la
                                       alegría que había visto en él aquella mañana hubiese desaparecido de
                                       repente.
                                          -Puedo darte dinero para que vuelvas a tu tierra, hijo mío -le
                                       ofreció.
                                          El muchacho continuó en silencio. Después se levantó, se arregló
                                       la ropa y cogió el zurrón.
                                          -Trabajaré con usted -dijo. Y después de otro largo silencio,
                                       añadió-: Necesito dinero para comprar algunas ovejas.
































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