Page 43 - El alquimista
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SEGUNDA PARTE
El muchacho llevaba casi un mes trabajando para el Mercader de
Cristales, pero aquél no era exactamente el tipo de empleo que lo hacía
feliz. El Mercader se pasaba el día entero refunfuñando detrás del
mostrador, pidiéndole que tuviera cuidado con las piezas, que no
fuera a romper nada.
Pero continuaba en el empleo porque a pesar de que el mercader era
un viejo cascarrabias, no era injusto; el muchacho recibía una buena
comisión por cada pieza vendida, y ya había conseguido juntar algún
dinero. Aquella mañana había hecho ciertos cálculos: si continuaba
trabajando todos los días a ese ritmo, necesitaría un año entero para
poder comprar algunas ovejas.
-Me gustaría hacer una estantería para los cristales -dijo el
muchacho al Mercader-. Podríamos colocarla en el exterior para captar
la atención de los que pasan por la parte de abajo de la ladera.
-Nunca he hecho ninguna estantería hasta ahora -repuso el
Mercader-. La gente puede tropezar al pasar, y los cristales se rompe-
rían.
-Cuando yo andaba por el campo con las ovejas, si encontraban
una serpiente podían morir. Pero esto forma parte de la vida de las
ovejas y de los pastores.
El Mercader atendió a un cliente que deseaba tres jarras de cristal.
Estaba vendiendo mejor que nunca, como si hubieran vuelto los
buenos tiempos en que aquella calle era una de las principales
atracciones de Tánger.
-Ya hay mucho movimiento -dijo al muchacho cuando el cliente
se fue-. El dinero permite que yo viva mejor y a ti te devolverá las
ovejas en poco tiempo. ¿Para qué exigir más de la vida?
-Porque tenemos que seguir las señales -respondió el muchacho,
casi sin querer; y se arrepintió de lo que había dicho, porque el
Mercader nunca se había encontrado con un rey.
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