Page 46 - El alquimista
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podría negociar con los árabes, porque ya había conseguido hablar
                                 aquella lengua extraña. Desde aquella mañana en el mercado no había
                                 vuelto a utilizar el Urim y el Tumim, porque Egipto pasó a ser un
                                 sueño tan distante para él como lo era la ciudad de La Meca para el
                                 Mercader. Sin embargo, el muchacho estaba ahora contento con su
                                 trabajo y pensaba siempre en el momento en que desembarcaría en
                                 Tarifa como un triunfador.
                                    «Acuérdate de saber siempre lo que quieres», le había dicho el viejo
                                 rey. El chico lo sabía, y trabajaba para lograrlo. Quizá su tesoro había
                                 sido llegar a esa tierra extraña, encontrar a un ladrón y doblar el
                                 número de su rebaño sin haber gastado siquiera un céntimo.
                                    Estaba orgulloso de sí mismo. Había aprendido cosas importantes,
                                 como el comercio de cristales, el lenguaje sin palabras y las señales.
                                 Una tarde vio a un hombre en lo alto de la colina quejándose de que
                                 era imposible encontrar un lugar decente para beber algo después de
                                 toda la subida. El muchacho ya conocía el lenguaje de las señales, y
                                 llamó al viejo para conversar.
                                    -Vamos a vender té para las personas que suben la colina -le dijo.
                                    -Ya hay muchos que venden té por aquí -replicó el Mercader.
                                    -Podemos vender té en jarras de cristal. Así la gente degustará el té
                                 y también querrá comprar los recipientes de cristal. Porque lo que más
                                 seduce a los hombres es la belleza.
                                    El mercader contempló al chico durante algún tiempo sin decir
                                 nada. Pero aquella tarde, después de rezar sus oraciones y cerrar la
                                 tienda, se sentó en el borde de la acera con él y lo convidó a fumar
                                 narguile, aquella extraña pipa que usaban los árabes.
                                    -¿Qué es lo que buscas? -preguntó el viejo Mercader de Cristales.
                                    -Ya   se lo dije. Tengo que volver a comprar las ovejas, y para eso
                                 necesito dinero.
                                    El viejo colocó algunas brasas nuevas en el narguile y le dio una
                                 profunda calada.
                                    -Hace treinta años que tengo esta tienda. Conozco el cristal bueno
                                 y el malo y todos los detalles de su funcionamiento. Estoy acostum-
                                 brado a su tamaño y a su movimiento. Si sirves té en los cristales, la
                                 tienda crecerá, y entonces tendré que cambiar mi forma de vida.
                                    -¿Y eso no es bueno?
                                    -Estoy acostumbrado a mi vida. Antes de que llegaras, pensaba en
                                 todo el tiempo que había perdido en el mismo lugar mientras mis
                                 amigos cambiaban, se iban a la quiebra o progresaban. Esto me


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