Page 71 - El alquimista
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El muchacho fue a buscar al Inglés. Quería hablarle de Fátima. Se
sorprendió al ver que el Inglés había construido un pequeño horno al
lado de su tienda. Era un horno extraño, con un frasco transparente
encima. El Inglés alimentaba el fuego con leña, y miraba el desierto. Sus
ojos parecían brillar más cuando pasaba todo el tiempo leyendo libros.
-Ésta es la primera fase del trabajo -dijo-. Tengo que separar el azufre
impuro. Para esto, no puedo tener miedo de fallar. El miedo a fallar fue
lo que me impidió intentar la Gran Obra hasta hoy. Es ahora cuando
estoy empezando lo que debería haber comenzado diez años atrás. Pero
me siento feliz de no haber esperado veinte años para esto.
Y continuó alimentando el fuego y mirando el desierto. El
muchacho se quedó junto a él un rato, hasta que el desierto comenzó
a ponerse rosado con la luz del atardecer. Entonces sintió un inmenso
deseo de ir hasta allí, para ver si el silencio conseguía responder a sus
preguntas.
Caminó sin rumbo por algún tiempo, manteniendo las palmeras
del oasis al alcance de sus ojos. Escuchaba el viento, y sentía las
piedras bajo sus pies. A veces encontraba alguna concha y sabía que
aquel desierto, en una época remota, había sido un gran mar. Después
se sentó sobre una piedra y se dejó hipnotizar por el horizonte que
tenía delante de él. No conseguía entender el Amor sin el sentimiento
de posesión; pero Fátima era una mujer del desierto, y si alguien podía
enseñarle esto era el desierto.
Se quedó así, sin pensar en nada, hasta que presintió un movimien-
to sobre su cabeza. Miró hacia el cielo y vio que eran dos gavilanes que
volaban muy alto.
El muchacho observó a los gavilanes, y los dibujos que trazaban en
el cielo. Parecía una cosa desordenada y, sin embargo, tenían algún
sentido para él. Sólo que no conseguía comprender su significado.
Decidió que debía acompañar con los ojos el movimiento de los
pájaros, y quizá entonces pudiera leer algo. Tal vez el desierto pudiera
explicarle el amor sin posesión.
Empezó a sentir sueño. Su corazón le pidió que no se durmiera: por
el contrario, debía entregarse. «Estaba penetrando en el Lenguaje del
Mundo y todo en esta tierra tiene sentido, incluso el vuelo de los
gavilanes », dijo. Y aprovechó la ocasión para agradecer el hecho de
estar lleno de amor por una mujer. «Cuando se ama, las cosas adquie-
ren aún más sentido», pensó.
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