Page 76 - El alquimista
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nosotros sabemos que quien cree en los sueños también sabe interpretarlos.
                                    «Aun cuando no siempre consiga realizarlos», pensó el muchacho
                                 acordándose de la vieja gitana.
                                    -A causa de los sueños del faraón con vacas flacas y gordas, este
                                 hombre libró a Egipto del hambre. Su nombre era José. También era un
                                 extranjero en una tierra extranjera, como tú, y debía de tener más o
                                 menos tu edad.
                                    El silencio continuó. Los ojos del viejo se mantenían fríos.
                                    -Siempre seguimos la Tradición. La Tradición salvó a Egipto del
                                 hambre en aquella época y lo convirtió en el más rico de todos los
                                 pueblos. La Tradición enseña cómo los hombres deben atravesar el
                                 desierto y casar a sus hijas. La Tradición dice que un Oasis es un
                                 terreno neutral, porque ambos lados tienen Oasis y son vulnerables.
                                    Nadie dijo una palabra mientras el viejo hablaba.
                                    -Pero la Tradición dice también que debemos creer en los mensajes
                                 del desierto. Todo lo que sabemos nos lo enseñó el desierto.
                                    El viejo hizo una señal y todos los árabes se levantaron. La reunión
                                 estaba a punto de terminar. Los guardianes apagaron los narguiles y se
                                 alinearon en posición de firmes. El muchacho se preparó para salir,
                                 pero el viejo habló una vez más:
                                    -Mañana romperemos un acuerdo que dice que nadie en el oasis
                                 puede portar armas. Durante todo el día aguardaremos a los enemigos.
                                 Cuando el sol descienda en el horizonte, los hombres me devolverán
                                 las armas. Por cada diez enemigos muertos, tú recibirás una moneda de
                                 oro.
                                    »Sin embargo, las armas no pueden salir de su lugar sin experimen-
                                 tar la batalla. Son caprichosas como el desierto, y si las acostumbramos
                                 a esto, la próxima vez pueden tener pereza de disparar. Si al acabar el
                                 día de mañana ninguna de ellas ha sido utilizada, por lo menos una
                                 será usada contra ti.
                                    El oasis sólo estaba iluminado por la luna llena cuando el mucha-
                                 cho salió. Tenía veinte minutos de caminata hasta su tienda y echó a
                                 andar.
                                    Estaba asustado por todo lo sucedido. Se había sumergido en el
                                 Alma del Mundo y el precio que tenía que pagar por creer en aquello
                                 era su vida. Una apuesta elevada. Pero había apostado alto desde el día
                                 en   que vendió sus ovejas para seguir su Leyenda Personal. Y, como
                                 decía el camellero, no hay tanta diferencia entre morir mañana u otro




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