Page 72 - El alquimista
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De repente, un gavilán dio una rápida zambullida en el cielo y
                                 atacó al otro. Cuando hizo este movimiento, el muchacho tuvo una
                                 súbita y rápida visión: un ejército, con las espadas desenvainadas,
                                 entraba en el oasis. La visión desapareció en seguida, pero aquello le
                                 dejó   sobresaltado. Había oído hablar de los espejismos, y ya había visto
                                 algunos: eran deseos que se materializaban sobre la arena del desierto.
                                 Sin embargo, él no deseaba que ningún ejército invadiera el oasis.
                                    Decidió olvidar todo aquello y volver a su meditación. Intentó
                                 nuevamente concentrarse en el desierto color de rosa y en las piedras.
                                 Pero algo en su corazón lo mantenía intranquilo.
                                    «Sigue siempre las señales», le había dicho el viejo rey. Y el
                                 muchacho pensó en Fátima. Se acordó de lo que había visto, y
                                 presintió lo que estaba a punto de suceder.
                                    Con mucha dificultad salió del trance en que había entrado. Se
                                 levantó y comenzó a caminar en dirección a las palmeras. Una vez más
                                 percibía el múltiple lenguaje de las cosas: esta vez, el desierto era
                                 seguro, y el oasis se había transformado en un peligro.
                                    El camellero estaba sentado al pie de una datilera, contemplando
                                 también la puesta del sol. Vio salir al muchacho de detrás de una de
                                 las dunas.
                                    -Se aproxima un ejército -dijo-. He tenido una visión.
                                    -El desierto llena de visiones el corazón de un hombre -repuso el
                                 camellero.
                                    Pero el muchacho le explicó lo de los gavilanes: estaba contem-
                                 plando su vuelo cuando se había sumergido de repente en el Alma del
                                 Mundo.
                                    El camellero permaneció callado; entendía lo que el muchacho
                                 decía. Sabía que cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la
                                 historia de todas las cosas. Si abriese un libro en cualquier página, o
                                 mirase las manos de las personas, o las cartas de la baraja, o el vuelo de
                                 los pájaros, o fuera lo que fuese, cualquier persona encontraría alguna
                                 conexión de sentido con alguna situación que estaba viviendo. Pero
                                 en    verdad, no eran las cosas las que mostraban nada; eran las personas
                                 que, al mirarlas, descubrían la manera de penetrar en el Alma del
                                 Mundo.
                                    El desierto estaba lleno de hombres que se ganaban la vida porque
                                 podían penetrar con facilidad en el Alma del Mundo. Se les conocía
                                 con el nombre de Adivinos, y eran muy temidos por las mujeres y los
                                 ancianos. Los Guerreros raramente los consultaban, porque era


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