Page 79 - El alquimista
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La mano con el látigo señaló hacia el sur.
                                          El muchacho había encontrado al Alquimista.
                                          A la mañana siguiente había dos mil hombres armados entre las
                                       palmeras de al-Fayum. Antes de que el sol llegase a lo alto del cielo,
                                       quinientos guerreros aparecieron en el horizonte. Los jinetes entraron
                                       en   el oasis por la parte norte; parecía una expedición de paz, pero
                                       llevaban armas escondidas en sus mantos blancos. Cuando llegaron
                                       cerca de la gran tienda que quedaba en el centro de al-Fayum, sacaron
                                       las cimitarras y las espingardas. Pero lo único que atacaron fue una
                                       tienda vacía.
                                          Los hombres del oasis cercaron a los jinetes del desierto. A la media
                                       hora había cuatrocientos noventa y nueve cuerpos esparcidos por el
                                       suelo. Los niños estaban en el otro extremo del bosque de palmeras, y
                                       no vieron nada. Las mujeres rezaban por sus maridos en las tiendas, y
                                       tampoco vieron nada. Si no hubiera sido por los cuerpos esparcidos,
                                       el oasis habría parecido vivir un día normal.
                                          Sólo le perdonaron la vida a un guerrero: el comandante del
                                       batallón. Por la tarde fue conducido ante los jefes tribales, que le
                                       preguntaron por qué había roto la Tradición. El comandante
                                       respondió que sus hombres tenían hambre y sed, estaban exhaustos
                                       por tantos días de batalla, y habían decidido tomar un oasis para poder
                                       recomenzar la lucha.
                                          El jefe tribal dijo que lo sentía por los guerreros, pero la Tradición
                                       jamás puede quebrantarse. La única cosa que cambia en el desierto son
                                       las dunas cuando sopla el viento.
                                          Después condenó al comandante a una muerte sin honor. En vez
                                       de morir por el acero o por una bala de fusil, fue ahorcado desde una
                                       palmera también muerta, y su cuerpo se balanceó con el viento del
                                       desierto.
                                          El jefe tribal llamó al extranjero y le dio cincuenta monedas de oro.
                                       Después volvió a recordar la historia de José en Egipto y le pidió que
                                       fuese el Consejero del Oasis.
                                          Cuando el sol se hubo puesto por completo y las primeras estrellas
                                       comenzaron a aparecer (no brillaban mucho, porque aún había luna
                                       llena), el muchacho se dirigió caminando hacia el sur. Solamente
                                       había una tienda, y algunos árabes que pasaban por allí decían que el
                                       lugar estaba lleno de djins. Pero el muchacho se sentó y esperó durante
                                       mucho tiempo.




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