Page 81 - El alquimista
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-Pero nada de esto está cerca de las Pirámides -dijo el Alquimista.
                                          -Tengo a Fátima. Es un tesoro mayor que todo lo que conseguí
                                       juntar.
                                          -Ella tampoco está cerca de las Pirámides.
                                          Se comieron los gavilanes en silencio. El Alquimista abrió una
                                       botella y vertió un líquido rojo en el vaso del muchacho. Era vino,
                                       uno de los mejores vinos que había tomado en su vida. Pero el vino
                                       estaba prohibido por la Ley.
                                          -El    mal no es lo que entra en la boca del hombre -dijo el Alquimis-
                                       ta-. El mal es lo que sale de ella.
                                          El muchacho empezó a sentirse alegre con el vino. Pero el Alqui-
                                       mista le inspiraba miedo. Se sentaron fuera de la tienda contemplando
                                       el brillo de la luna, que ofuscaba a las estrellas.
                                          -Bebe y distráete un poco -dijo el Alquimista, que se había dado
                                       cuenta de que el chico se iba poniendo cada vez más alegre-. Reposa
                                       como un guerrero reposa siempre antes del combate. Pero no olvides
                                       que tu corazón está junto a tu tesoro. Y debes hallar tu tesoro para que
                                       todo esto que descubriste durante el camino pueda tomar sentido.
                                          »Mañana vende tu camello y compra un caballo. Los camellos son
                                       traicioneros: andan miles de pasos y no dan ninguna señal de cansan-
                                       cio. De repente, sin embargo, se arrodillan y mueren. El caballo se va
                                       cansando poco a poco. Y tú siempre podrás saber lo que puedes
                                       exigirle, o en qué momento va a morir.
                                          A la noche siguiente, el muchacho apareció con un caballo en la
                                       tienda del Alquimista. Esperó un poco y apareció montado en el suyo
                                       y con un halcón en el hombro izquierdo.
                                          -Muéstrame la vida en el desierto -dijo el Alquimista-. Sólo quien
                                       encuentra vida puede encontrar tesoros.
                                          Comenzaron a caminar por las arenas, con la luna aún brillando
                                       sobre ellos. «No sé si conseguiré encontrar vida en el desierto -pensó
                                       el chico-. No conozco el desierto.»
                                          Quiso decirle esto al Alquimista, pero le inspiraba miedo. Llegaron
                                       al lugar con piedras donde había visto a los gavilanes en el cielo;
                                       ahora, todo era silencio y viento.
                                          -No consigo encontrar vida en el desierto -dijo el muchacho-. Sé
                                       que existe, pero no consigo encontrarla.
                                          -La vida atrae a la vida -respondió el Alquimista.
                                          El muchacho lo entendió. Al momento soltó las riendas de su
                                       caballo, que corrió libremente por las piedras y la arena. El Alquimista


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