Page 80 - El alquimista
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El Alquimista apareció cuando la luna ya estaba alta en el cielo.
                                 Traía dos gavilanes muertos en el hombro.
                                    -Aquí estoy -dijo el muchacho.
                                    -Pero no es aquí donde deberías estar -respondió el Alquimista-. ¿O
                                 tu Leyenda Personal era llegar hasta aquí?
                                    -Hay guerra entre los clanes. No se puede cruzar el desierto.
                                    El Alquimista bajó del caballo e hizo una señal al muchacho para
                                 que entrase con él en la tienda. Era una tienda igual que todas las otras
                                 que había conocido en el oasis -exceptuando la gran tienda central,
                                 que tenía el lujo de los cuentos de hadas-. El chico buscó con la
                                 mirada los aparatos y hornos de alquimia, pero no encontró nada: sólo
                                 unos pocos libros apilados, un fogón para cocinar y las alfombras
                                 llenas de dibujos misteriosos.
                                    -Siéntate, que prepararé un té -dijo el Alquimista. Y nos comeremos
                                 juntos estos gavilanes.
                                    El muchacho sospechó que eran los mismos pájaros que había visto
                                 el día anterior, pero no dijo nada. El Alquimista encendió el fuego y al
                                 poco tiempo un delicioso olor a carne llenaba la tienda. Era mejor que
                                 el perfume de los narguiles.
                                    -¿Por qué quiere verme? -preguntó el chico.
                                    -Por las señales -repuso el Alquimista-. El viento me contó que
                                 vendrías y que necesitarías ayuda.
                                    -No soy yo. Es el otro extranjero, el Inglés. Él es quien lo estaba
                                 buscando.
                                    -Él debe encontrar otras cosas antes de encontrarme a mí. Pero está
                                 en el camino adecuado: ya ha empezado a contemplar el desierto.
                                    -¿Y yo?
                                    -Cuando se quiere algo, todo el Universo conspira para que esa
                                 persona consiga realizar su sueño -dijo el Alquimista repitiendo las
                                 palabras del viejo rey. El muchacho lo comprendió: otro hombre
                                 estaba en su camino para conducirlo hacia su Leyenda Personal.
                                    -Entonces, ¿usted me enseñará?
                                    -No. Tú ya sabes todo lo que necesitas. Sólo te voy a ayudar a que
                                 puedas seguir en dirección a tu tesoro.
                                    -Pero hay una guerra entre los clanes -repitió el muchacho.
                                    -Yo conozco el desierto.
                                    -Ya encontré mi tesoro. Tengo un camello, el dinero de la tienda
                                 de cristales y cincuenta monedas de oro. Puedo ser un hombre rico en
                                 mi tierra.


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