Page 95 - El alquimista
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tienda, donde se hallaban reunidos un comandante y su estado mayor.
                                       La tienda era diferente de las que había conocido en el oasis.
                                          -Son los espías -anunció uno de los hombres.
                                          -Sólo somos viajeros -replicó el Alquimista.
                                          -Se os ha visto en el campamento enemigo hace tres días. Y
                                       estuvisteis hablando con uno de los guerreros.
                                          -Soy un hombre que camina por el desierto y conoce las estrellas
                                       -dijo el Alquimista-. No tengo informaciones de tropas o de movi-
                                       miento de clanes. Sólo estoy guiando a mi amigo hasta aquí.
                                          -¿Quién es tu amigo? -preguntó el comandante.
                                          -Un Alquimista -repuso el Alquimista-. Conoce los poderes de la
                                       naturaleza. Y desea mostrar al comandante su capacidad extraordina-
                                       ria.
                                           El muchacho, aterrado, escuchaba en silencio.
                                          -¿Qué hace un extranjero en nuestra tierra? -quiso saber otro
                                       hombre.
                                          -Ha traído dinero para ofrecer a vuestro clan -respondió el
                                       Alquimista antes de que el chico pudiese abrir la boca. Le cogió la
                                       bolsa y entregó las monedas de oro al general.
                                          El árabe las aceptó en silencio. Permitían comprar muchas armas.
                                          -¿Qué es un Alquimista? -preguntó finalmente.
                                          -Un hombre que conoce la naturaleza y el mundo.
                                          Si él quisiera, destruiría este campamento sólo con la fuerza del
                                       viento.
                                          Los hombres rieron. Estaban acostumbrados a la fuerza de la guerra,
                                       y el viento no detiene un golpe mortal. Dentro del pecho de cada uno,
                                       sin embargo, sus corazones se encogieron. Eran hombres del desierto
                                       y como tales temían a los hechiceros.
                                          -Quiero verlo -dijo el general.
                                          -Necesitamos tres días -respondió el Alquimista-. Y él se transfor-
                                       mará en viento para mostrar la fuerza de su poder. Si no lo consigue,
                                       nosotros os ofrecemos humildemente nuestras vidas, en honor de
                                       vuestro clan.
                                          -No puedes ofrecerme lo que ya es mío -dijo, arrogante, el general.
                                          Pero concedió tres días a los viajeros.
                                          El muchacho estaba paralizado de terror. Salió de la tienda porque
                                       el Alquimista lo sostenía por el brazo.
                                          -No dejes que perciban tu miedo -dijo el Alquimista-. Son hombres
                                       valientes, y desprecian a los cobardes.


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