Page 141 - La muerte de Artemio Cruz
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tierra  sobre  el  cuerpo;  esperas,  hasta  volver  a  sentir  el  tropel  de  pies  sobre  tu  rostro
                  muerto y entonces dirás
                      —Regresaron. No se dieron por vencidos
                      y sonreirás: te burlarás de ellos, te burlarás de ti mismo: es tu privilegio: la nostalgia
                  te tentará: sería la manera de embellecer el pasado: no lo harás:
                      legarás las muertes inútiles, los nombres muertos, los nombres de cuantos cayeron
                  muertos para que el nombre de ti viviera; los nombres de los hombres despojados para
                  que el nombre de ti poseyera; los nombres de los hombres olvidados para que el nombre
                  de ti jamás fuese olvidado:
                      legarás  este  país;  legarás  tu  periódico,  los  codazos  y  la  adulación,  la  conciencia
                  adormecida  por  los  discursos  falsos  de  hombres  mediocres;  legarás  las  hipotecas,
                  legarás  una  clase  descastada,  un  poder  sin  grandeza,  una  estulticia  consagrada,  una
                  ambición enana, un compromiso bufón, una retórica podrida, una cobardía institucional,
                  un egoísmo ramplón;
                      les legarás sus líderes ladrones, sus sindicatos sometidos, sus nuevos latifundios, sus
                  inversiones americanas, sus obreros encarcelados, sus acaparadores  y su gran prensa,
                  sus  braceros,  sus  granaderos  y  agentes  secretos,  sus  depósitos  en  el  extranjero,  sus
                  agiotistas  engominados,  sus  diputados  serviles,  sus  ministros  lambiscones,  sus
                  fraccionamientos elegantes, sus aniversarios y sus conmemoraciones, sus pulgas y sus
                  tortillas agusanadas, sus indios iletrados, sus trabajadores cesantes, sus montes rapados,
                  sus hombres gordos armados de aqualung y acciones, sus hombres flacos armados de
                  uñas: tengan su México: tengan tu herencia:
                      heredarás los rostros, dulces, ajenos, sin mañana porque todo lo hacen hoy, lo dicen
                  hoy, son el presente y son en el presente: dicen —mañana porque lo dicen hoy, son el
                  presente y son en el presente: dicen —mañana porque no les importa mañana: tú serás el
                  futuro sin serlo, tú te consumirás hoy pensando en mañana: ellos serán mañana porque
                  sólo viven hoy:
                      tu pueblo
                      tu  muerte:  animal  que  prevés  tu  muerte,  cantas  tu  muerte,  la  dices,  la  bailas,  la
                  pintas, la recuerdas antes de morir tu muerte:
                      tu tierra:
                      no morirás sin regresar:
                      este  poblado  al  pie  del  monte;  habitado  por  trescientas  personas  y  apenas
                  distinguible  por  unos  manchones  de  teja  entre  el  follaje  que,  en  cuanto  echa  raíz  la
                  piedra de la montaña, se encrespa en la suave ladera que acompaña al río en su curso
                  hasta el mar cercano: como una media luna verde, el arco de Tamiahua a Coatzacoalcos
                  devorará  el  rostro  blanco  del  mar  en  un  intento  inútil  —devorado,  a  su  vez,  por  la
                  corona  brumosa  de  la  sierra,  asiento  y  límite  de  la  meseta  india—  de  ligarse  al
                  archipiélago tropical de ondulaciones graciosas y carnes quebradas: mano lánguida del
                  México seco, inmutable, triste, del claustro de piedra y polvo encerrado en el altiplano,
                  la media luna veracruzana tendrá otra historia, atada por hilos dorados a las Antillas, al
                  Océano  y,  más  allá,  al  Mediterráneo  que  en  verdad  sólo  será  vencido  por  los
                  contrafuertes de la Sierra Madre Oriental: donde los volcanes se anudan y las insignias
                  silenciosas del maguey se levantan, morirá un mundo que en ondas repetidas envía sus
                  crestas sensuales desde la partitura del Bósforo y los senos del Egeo, su chapoteo de
                  uvas  y  delfines  desde  Siracusa  y  Túnez,  su  hondo  vagido  de  reconocimiento  desde
                  Andalucía y las puertas de Gibraltar, su zalema de negro empelucado y cortesano desde
                  Haití  y  Jamaica,  sus  comparsas  de  danzas  y  tambores  y  ceibas  y  corsarios  y
                  conquistadores  desde  Cuba:  la  tierra  negra  absorbe  la  marejada:  en  los  balcones  de

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