Page 56 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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afirmación igualmente universal: la libertad de la persona humana. La nación mexicana se fundaría
sobre un principio distinto al jerárquico que animaba a la Colonia: la igualdad ante la ley de todos
los mexicanos en tanto que seres humanos, que seres de razón. La Reforma funda a México
negando su pasado. Rechaza la tradición y busca justificarse en el futuro.
El sentido de este necesario matricidio no escapaba a la penetración de los mejores. Ignacio
Ramírez, quizá la figura más saliente de ese grupo de hombres extraordinarios, termina así uno de
sus poemas:
Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanzas ni temores;
vuelvo a ti sin temores ni esperanzas.
Muerto Dios, eje de la sociedad colonial, la naturaleza vuelve a ser una Madre. Como más tarde
el marxismo de Diego Rivera, el ateísmo de Ramírez se resuelve en una afirmación materialista, no
exenta de religiosidad. Una auténtica concepción científica o simplemente racional de la materia no
puede ver en ésta, ni en la naturaleza, una Madre. Ni siquiera la madrastra del pesimista Leopardi,
sino un proceso indiferente, que se hace y deshace, se inventa y se repite, sin descanso, sin memoria
y sin reflexión.
Si, como quiere Ortega y Gasset, una nación se constituye no solamente por un pasado que
pasivamente la determina, sino por la validez de un proyecto histórico capaz de mover las
voluntades dispersas y dar unidad y trascendencia al esfuerzo solitario, México nace en la época de
la Reforma. En ella y por ella se concibe, se inventa y se proyecta. Ahora bien, la Reforma es el
proyecto de un grupo bastante reducido de mexicanos, que voluntariamente se desprende de la gran
masa, pasivamente religiosa y tradicional. La nación mexicana es el proyecto de una minoría que
impone su esquema al resto de la población, en contra de otra minoría activamente tradicional.
Como el catolicismo colonial, la Reforma es un movimiento inspirado en una filosofía universal.
Las diferencias y semejanzas entre ambos son reveladoras. El catolicismo fue impuesto por una
minoría de extranjeros, tras una conquista militar; el liberalismo por una minoría nativa, aunque de
formación intelectual francesa, después de una guerra civil. El primero es la otra cara de la
Conquista; destruida la teocracia indígena, muertos o exiliados los dioses, sin tierra en que apoyarse
ni trasmundo al que emigrar, el indio ve en la religión cristiana una Madre. Como todas las madres,
es entraña, reposo, regreso a los orígenes; y, asimismo, boca que devora, señora que mutila y
castiga: madre terrible. El liberalismo es una crítica del orden antiguo y un proyecto de pacto social.
No es una religión, sino una ideología utópica; no consuela, combate; sustituye la noción de más
allá por la de un futuro terrestre. Afirma al hombre pero ignora una mitad del hombre: ésa que se
expresa en los mitos, la comunión, el festín, el sueño, el erotismo. La Reforma es, ante todo, una
negación y en ella reside su grandeza. Pero lo que afirmaba esa negación —los principios del
liberalismo europeo— eran ideas de una hermosura precisa, estéril y, a la postre, vacía. La
geometría no sustituye a los mitos. Para que el esquema liberal se convirtiese en verdad en un
proyecto nacional, necesitaba lograr la adhesión de todo el país a las nuevas formas políticas. Pero
la Reforma oponía a una afirmación muy concreta y particular: todos los hombres son hijos de Dios,
afirmación que permitía una relación entrañable y verdaderamente filial entre el Cosmos y la
criatura, un postulado abstracto: la igualdad de los hombres ante la Ley. La libertad y la igualdad
eran, y son, conceptos vacíos, ideas sin más contenido histórico concreto que el que le prestan las
relaciones sociales, como ha mostrado Marx. Y ya se sabe en qué se convirtió esa igualdad abstracta
y cuál fue el significado real de esa libertad vacía. Por otra parte, al fundar a México sobre una
noción general del Hombre y no sobre la situación real de los habitantes de nuestro territorio, se
sacrificaba la realidad a las palabras y se entregaba a los hombres de carne a la voracidad de los más
fuertes.
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